Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100403
Legislatura: 1898-1899
Sesión: 12 de Septiembre de 1898
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 59, 851-852
Tema: Guerra con los Estados Unidos

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Paréceme que la contestación al Sr. González es de todo punto inútil, una vez que bien claro he expresado ya el pensamiento, pero S. S. quiere que lo repita, por lo visto.

¿Qué ha pasado aquí? Que el Sr. Conde de las Almenas ha emitido un juicio, más o menos aventurado, más o menos duro, sobre una clase. (El Sr. González: En su perfecto derecho.) No digo que no lo tenga, pero también es necesario que el perfecto derecho tenga sus limitaciones en la prudencia. (El Sr. González pronuncia palabras que no se perciben.) Todos tenemos la obligación de ser prudentes cuando se trata de cosas que afectan a instituciones importantes del Estado. (El Sr. González: La prudencia está consignada y tiene sus límites en el Reglamento y en la autoridad del Presidente.) Pues por eso, sin duda, no fue interrumpido el Sr. Conde de las Almenas, pero eso no obsta para que aquellos señores Senadores que se han creído lastimados, al contestar, lo hayan hecho con la viveza que han contestado, y que el Gobierno, que creyó no había habido en la emisión del juicio toda la circunspección y toda la prudencia que imponen las circunstancias, protestase, como ha protestado también. Pero, ¿dónde está el quebrantamiento ni la violación del derecho del Sr. Conde de las Almenas? ¿Qué le ha pasado al Sr. Conde de las Almenas? Pues no le ha sucedido nada. (Risas.) Está sentado en su banco.

Es gravísimo lo que ha dicho el Sr. Conde de las Almenas, y es mucho más grave en las circunstancias en que lo ha dicho, y sin embargo, el Sr. Conde de las Almenas se encuentra en su puesto con toda tranquilidad. Ese es el resultado de la inmunidad que tiene, ¿Qué quiere más S. S.? ¿Que le premiemos? ¿Que le demos una recompensa? Pues yo, respetando mucho la opinión de S. S., declaro que no merece recompensa ninguna.

No; aquí no se ha atacado la inmunidad de nadie, pero es necesario también que todos respetemos los institutos y las clases del Estado, que guardemos las consideraciones que la misma inmunidad nos impone.

Si es verdad que el Senador, como el Diputado, es inmune, también es verdad que esa misma inmunidad impone respetos y consideraciones a las altas clases, a todas las clases del Estado y a todo el mundo. ¡No faltaba más sino que se fuera al abuso de la inmunidad! Entonces sería la impunidad.

De manera que no tiene razón S. S. al decir que aquí atacamos la inmunidad de los Senadores que eso es el quebrantamiento del régimen, y que tras de esto viene la pérdida de todo. No, Sr. González, no pasa nada de eso. De modo que S. S. debe estar tranquilo de que por ahí no se pierde nada, porque tenemos en España tanto respeto a la inmunidad parlamentaria como en el país mejor organizado, y aún mucho más, y sin embargo, nada pasa en aquellos países, ni ha de pasar en éste, en que todavía, digo, respetamos más la inmunidad.

No hay que exagerar las cosas Sr. González. Es muy dado S. S. a eso; es muy prudente en las palabras, al parecer, es muy suave, pero es muy exagerado. Así como otros para la exageración emplean la vehemencia y se conoce enseguida la exageración, en S. S. hay que descubrirla, porque lo dice tan piano, tan suave, que parece que es la cosa más natural; pero no conozco a nadie que exagere tanto como S. S. las ideas y sus consecuencias (Muy bien, muy bien), y de ahí que haga responsable de todas las desdichas que pasan y han pasado por este país a dos personalidades: a la del Sr. Cánovas del Castillo y a la mía.

Grande ha sido el poder que ha ejercido yo, por mucho tiempo lo hemos ejercido los dos; pero no ha sido tan grande que hayamos variado el carácter, los vicios, las cualidades, buenas o malas, las ventajas y los defectos de toda nuestra raza y de toda nuestra civilización. No. ¿Qué tiene que ver el Sr. Cánovas del Castillo, ni qué tengo yo que ver con los desastres que han ocurrido últimamente, ni qué influencia hemos podido tener él ni yo en esos desastres? ¡Ya sabía yo, y por eso considero que el mayor de los sacrificios que he podido hacer en aras de mi país en toda mi larga carrera política, es el que he hecho aceptando y manteniendo el poder en estas circunstancias! (Muestras de aprobación.) ¡Ya sabía yo, repito, que la pasión política había de excitar a todos los enemigos del partido liberal, del partido conservador y hasta del régimen actual, para poner a mi cargo y también a cargo del que ya no existe desgraciadamente, decepciones que nuestro país ha sufrido ¡¡Ya sabía yo que a él y a mí, que hemos tenido la fortuna o la desgracia de regir por más tiempo los destinos de este país, a él y a mí nos habían de hacer responsables de todos estos desastres! ¡Ya sabía yo que a pesar de los grandes sacrificios que yo he tenido que hacer en estos últimos años y tiempos, no se había de hacer justicia ni a [851] mis intenciones ni a mis esfuerzos! Pero ¡ah! Eso, a mí no me ha detenido en mi camino, porque cuando el país sufre, cuando el país padece, toda consideración personal sería imperdonable. (Muy bien, muy bien.)

Por lo demás, como nosotros no hemos declarado la guerra, y el Sr. Cánovas del Castillo hizo lo posible, sin traspasar los límites de la dignidad de la Nación, para que la guerra no se declarara; como yo continué en ese mismo terreno y en esos mismos propósitos, fácil me hubiera sido a mí eludir las dolorosas obligaciones que impone la derrota.

Pero eso, que me habría sido fácil para que cumplieran otros esas obligaciones, para que las cumplieran aquéllos que predicaron la lucha a todo trance; eso que a mí me hubiera convenido personalmente, hubiese quizá puesto en peligro, ¿qué quizá? Ciertamente, la seguridad del país, habría acelerado y completado su ruina, y hubiera traído otra vez aquí la maldita época de los pronunciamientos y de las revoluciones. Ante tantos males para mi Patria, ¿qué había de hacer más que sacrificar mi persona? Preferí, antes que tantos males para la Nación, acabar de cumplir el doloroso deber que me imponía el destino, y lo he cumplido (Muy bien, muy bien); y al cumplirlo, tengo la convicción y la satisfacción de haber evitado mayores males y más irremediables que los que hemos sufrido. Muy grandes han sido, pero si hay buena voluntad y juicio, no debemos perder la esperanza de la reparación; pero si continuasen, no habría remedio, porque no habría país.

A eso he sacrificado mi persona, y estoy dispuesto a sacrificarla cien veces en aras del país y del bien público. ¡Qué me importa mi nombre y mi popularidad! Siempre estoy dispuesto a tirarlos por la ventana, no ya sólo porque la Nación sea feliz, sino por que no sea más desgraciada. (Bien, bien.)

No tiene S. S. razón el acusarnos al Sr. Cánovas y a mí de las desdichas de este país. Ha pasado lo que no podía menos de pasar. Somos un pueblo pequeño, empobrecido, exhausto por nuestras luchas y guerras continuas, y hemos tenido que luchar con un coloso. ¡Qué había de ocurrir más que lo que ha ocurrido!

Pero dice S. S. haber evitado la guerra. Es que no hemos podido evitarla, que si hubiéramos podido ya la hubiésemos evitado. Hemos hecho todo lo posible para evitarla, pero desgraciadamente no se ha conseguido. Entonces nosotros hemos hecho lo que hace el caballero, el hombre honrado: ¡contestar a la agresión con la agresión!

¿Qué quería S. S. que hiciéramos ante la imposición de los Estados Unidos, verdaderamente extraordinaria, y no quiero usar de otros calificativos, porque todavía no podemos hablar con libertad, pues aún estamos en guerra, aunque suspendidas las hostilidades, y no debemos decir nada que pueda molestar a nuestros enemigos?¿Qué habíamos de hacer? Venían a atacarnos a nuestra propia casa, ¿íbamos a dejarnos abofetear, a dejarnos maltratar? Eso sería indigno del pueblo español, que es quizás el único hoy que se bate por el honor como los caballeros. Será un mal, pero ésa es la realidad de las cosas. No podíamos hacer otra cosa, y S. S., si hubiera estado en el Gobierno, no hubiese podido hacer otra cosa tampoco.

Y después, cuando hemos demostrado que impunemente no se atacan nuestros derechos ni se arrebata nuestro territorio, ni se nos viene a saquear en nuestra propia casa, hemos reconocido nuestra inferioridad y hemos pedido la paz, ni más ni menos.

Por consiguiente, no ha hecho S. S. bien en acusarnos al Sr. Cánovas y a mí, y menos bien ha hecho haciendo responsable al Sr. Cánovas, que no está aquí para poderse defender, pues desgraciadamente desapareció de entre nosotros. Debía el Sr. González haberse limitado a hacerme a mí responsable, que aquí estoy para contestar a S. S.

Como yo no quiero prolongar este debate, me parece, por lo pronto, bastante la contestación que he tenido el gusto de dar a S. S. ; concluyo pidiendo perdón al Senado por la molestia que he podido producirle. (Muy bien, muy bien.- El Sr. Marqués de Tenerife: Pido la palabra.)



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